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 Asesinos Argentinos.

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MensajeTema: Asesinos Argentinos.   Asesinos Argentinos. Icon_minitimeDom Ago 31, 2008 8:26 am

Asesinos de Argentina



1) El odontólogo Ricardo Barreda

Terminó en un sillón abrazado al caño frío y brillante de su escopeta española. Un rato antes había eliminado a toda su familia con nueve disparos furiosos. Ese domingo, 15 de noviembre de 1992, Ricardo Barreda se había levantado de buen ánimo, con la idea de hacer un intento por quebrar la indiferencia de su esposa, Gladys. "Voy a limpiar las telarañas del techo", comentó.

No tuvo éxito. "Andá a limpiar, que los trabajos de ''conchita'' son los que mejor hacés", llegó la respuesta como latigazo. Prefirió ir a podar la parra. Cuando llegó al armario para buscar un casco se encontró con la escopeta Víctor Sarrasqueta, calibre 16,5, que su suegra, Elena Arreche, le había traído de Europa.

El arma recompuso su ego. La tomó casi con pericia. Cargó rápido. Y guardó más cartuchos en el bolsillo de su guardapolvo. Entonces inició la cacería. Fue hasta la cocina, donde estaban su mujer y su hija menor, Adriana. Primero le disparó a Gladys. "Mami, está loco", escuchó con nitidez a pesar del estruendo que rebotaba en las paredes. No se detuvo. Esta vez, los disparos fueron contra la chica.

Por las escaleras bajó Elena Arreche, la suegra, quien en la mente del dentista aparecía como "la desintegradora de la familia". Otra vez tuvo precisión. Su otra hija, Cecilia, saltó sobre el cadáver de su abuela y le gritó: "¿Qué hiciste, hijo de puta?". Era su preferida. También la mató.

Luego, con la prolijidad que utilizaba para acomodar su consultorio, comenzó a levantar los cartuchos usados. Los puso en una caja y los colocó en el baúl de su auto.

Barreda regresó al comedor, con un plan en la cabeza. Desacomodó algunos muebles, desparramó papeles y armó un escenario de robo.

Al mediodía salió en su Ford Falcon. Tiró los cartuchos en una boca de tormenta del centro platense. Después, fue hasta un paraje cercano a Punta Lara y tiró la escopeta a un canal.

Ninguna evidencia podría cercarlo, pensó. Entonces, se fue tranquilo al zoológico. Tuvo tiempo para llegar al cementerio ("para conversar con mis viejos", contó luego) y a las 16.30 entró a un hotel alojamiento con su amiga, Hilda Bono.

A la medianoche regresó a su casa y prendió las luces. Los cuatro cuerpos seguían ahí, desparramados.

Siguió su plan: fue a buscar un servicio de ambulancias. Y cuando llegó la Policía contó la historia de robo, fingió sorpresa y mantuvo su gesto de suficiencia.

Fue trasladado a la seccional 1. El comisario Angel Petti tenía una sospecha, pero Barreda seguía haciendo su papel. Hasta que el policía probó una fórmula: le dio un Código Penal, abierto en la página donde el artículo 34 establece la inimputabilidad. Es decir, donde se indica que no son castigados aquellos que no entienden —por locura u otra causa— lo que hacen.

Leyó el texto. Se sintió más seguro. Entendió el mensaje. Había llegado el momento de cambiar de papel. Un rato después llamó a Petti y le contó la verdad.

El 7 de agosto de 1995 reveló cada detalle del cuádruple crimen a los integrantes de la Sala I de la Cámara Penal Carlos Hortel, Pedro Soria y María Clelia Rosentock. Nunca se quebró.

Un perito, Bartolomé Capurro, aseguró al tribunal que el acusado padecía de "psicosis delirante". Si esa teoría hubiese sido aceptada por la Cámara, Barreda habría terminado en un manicomio. Para entonces, la opinión pública estaba dividida entre quienes lo creían loco y aquellos que veían un gran simulador en él.

Después de largas jornadas de juicio, el acusado fue condenado a reclusión perpetua por triple homicidio calificado y homicidio simple.

De los tres jueces, sólo Rosentock creyó que Barreda estaba loco. Y dijo en el fallo: "Era un fanático de la unión familiar que sucumbió cuando la vio desintegrarse". Hoy, en la cárcel, Barreda sueña con otro hogar que borre los fantasmas del pasado.



2) La saga del Petiso Orejudo

El pirómano más famoso de la historia argentina fue también el asesino serial más estudiado por los criminólogos locales.

La cara más conocida de Cayetano Santos Godino, "El Petiso Orejudo", es la del adolescente descarriado que, en 1912, cometió una serie de crímenes inexplicables con chicos de entre 3 y 6 años a los que golpeó, prendió fuego o ahorcó con un cordón que usaba como cinto.

Mató a cuatro e intentó matar a otros siete. Pero en su corta carrera delictiva también provocó siete incendios en distintas construcciones de Capital.

Cuando cometió los crímenes "El Petiso Orejudo" tenía apenas 16 años y 27 cicatrices en su cabeza, producto de los golpes que había recibido de su padre. Era hijo de inmigrantes calabreses: su papá era albañil, alcohólico y golpeador. Su mamá era ama de casa. Tenía siete hermanos.

Cuando se supo que él era el responsable de los asesinatos y los incendios, muchos pidieron la pena de muerte. Pero como se trataba de un menor se generó una gran polémica: ¿Había que mandarlo a la cárcel o a un hospital psiquiátrico?

Lo trasladaron a la Penitenciaría Nacional de la avenida Las Heras, pero la gente lo quería "lo más lejos posible". Eso hizo la Justicia.

Llegó al penal de Ushuaia en 1923.

En 1936 pidió la libertad y se la negaron: de los dictámenes médicos elaborados por los doctores Negri y Lucero y los doctores Esteves y

Cabred se concluye que:

"Es un imbécil o un degenerado hereditario, perverso instintivo, extremadamente peligroso para quienes lo rodean".

De su vida de recluso se sabe poco. Apenas alguna anécdota como la siguiente: en 1933, consiguió detonar la furia de los presos porque mató al gato mascota del penal arrojándolo junto con los leños al fuego; le pegaron tanto que tardó más de veinte días en salir del hospital.

Las circunstancias de su muerte, ocurrida en Ushuaia el 15 de noviembre de 1944 siguen siendo nebulosas. Supuestamente murió a causa de una hemorragia interna causada por un proceso ulceroso gastroduodenal, pero se sabe que había sido maltratado y, con frecuencia, violentado sexualmente. Sobrellevó los largos días de la cárcel, sin amigos, sin visitas y sin cartas. Murió sin confesar remordimientos.

El penal de Ushuaia fue finalmente clausurado en 1947. Cuando el cementerio fue removido, sus huesos ya no estaban.

3) Robledo Puch:

Carlos Eduardo Robledo Puch (Buenos Aires, 22 de enero de 1952) es, junto con Cayetano Santos Godino, uno de los sociópatas más famosos en la historia criminal de la República Argentina. Apodado El Ángel Negro o El Ángel de la Muerte por los diarios nacionales, se lo ha condenado por diez homicidios calificados, un homicidio simple, una tentativa de homicidio, diecisiete robos, una violación, una tentativa de violación, un abuso deshonesto, dos raptos y dos hurtos. Se trata de la persona con más delitos graves imputados en el país.

El día 15 de marzo de 1971 -en colaboración con su cómplice el estilista Jorge Ibáñez- ingresan al boliche Enamor (Espora 3285, Olivos), llevándose 350.000 pesos de la época. Antes de huir, Robledo Puch asesina al dueño y al sereno del establecimiento con una pistola Ruby calibre.32 mientras dormían.

El 9 de mayo de 1971, a las cuatro de la mañana, Robledo Puch e Ibáñez ingresan en un negocio de respuestos de automóviles Mercedes-Benz en Vicente López. Al ingresar en una de las habitaciones, encuentran a una pareja y a su hijo recién nacido. Robledo Puch asesina al hombre de un disparo y hiere a la mujer de la misma forma. Ibáñez intenta violar a la mujer herida -quien sobrevive y testifica en el juicio-. Antes de huir con 400.000 pesos, Robledo Puch dispara a la cuna donde llora un bebé de pocos meses, quien salva su vida de milagro.

El siguiente 24 de mayo asesinan al sereno de un supermercado en Olivos. Por lo menos en dos ocasiones, a mediados de junio de ese mismo año, Robledo Puch ejecutó en la ruta a dos jovenes mujeres que habían sido abusadas sexualmente (una de ellas pudo evitar ser violada) por Ibáñez en el asiento trasero del automóvil de turno.

El día 5 de agosto, en circunstancias bastante dudosas, Ibáñez falleció luego de un accidente automovilístico. Robledo Puch, quien conducía el vehículo, huyó ileso de la escena luego del accidente. Hay quienes sospechan que en realidad se trató de un ajuste de cuentas.

Con la muerte de Ibáñez hubo un receso en la actividad delictiva de Robledo Puch, la cual retomó en noviembre de 1971 junto con su nuevo cómplice, Héctor Somoza. El 15 de ese mismo mes asaltaron un supermercado en Boulogne, acribillando al sereno con una pistola Astra Cádiz calibre 32 que obtuvieron pocos días antes en el robo a una armería. Dos días después, el 17 de noviembre, ingresaron a una concesionaria de autos y asesinaron al cuidador. Una semana después, ingresaron en una concesionaria en Martínez, redujeron al sereno, le quitaron las llaves y robaron un millón de pesos. Robledo Puch lo remató de un disparo en la zona occipital del cráneo.

Fue juzgado y condenado en 1980. Sus últimas palabras ante el tribunal de la Sala 1ra de la Cámara de Apelaciones de San Isidro fueron "Esto fue un circo romano. Algún día voy a salir y los voy a matar a todos".

Llama la atención lo expuesto en la pericia psiquiátrica adjunta en el expediente del juicio a Robledo Puch.

* "Procede de un hogar legítimo y completo, ausente de circunstancias higiénicas y morales desfavorables".

* "Tampoco hubo apremios económicos de importancia, reveses de fortuna, abandono del hogar, falta de trabajo, desgracias personales, enfermedades, conflictos afectivos, hacinamiento o promiscuidad".

En la actualidad, Robledo Puch continúa privado de su libertad en un pabellón para homosexuales del penal de Sierra Chica. Desde julio de 2000 puede solicitar su libertad condicional, pero no lo hace.
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4) Yiya Murano



Su verdadero nombre era Maria de las Mercedes Bernardina Bella Aponte. Nacida en la provincia de Corrientes (Argentina) en el año 1930.

Acusada de haber envenenado a tres mujeres y llevada a juicio por homicidio, Yiya Murano nunca confesó. Fue absuelta en primera instancia, el juez alegó que había dudas insalvables. Tres años después, la Cámara de Apelaciones evaluó los indicios de manera diametralmente opuesta y la condenó a cadena perpetua.

Año tras año Yiya presenta pedidos de indulto y de conmutación de pena porque insiste en su inocencia.

Hace poco, sus reclamos fueron escuchados por el presidente de Argentina, Carlos Ménem y su pena fue reducida a 25 años de prisión.

Carmen Zulema del Giorgio Venturini, su prima segunda, tentada por las promesas de jugosos intereses, entrego a Yiya un montón de dinero no muy significativo, con el propósito de que lo invirtiera. Luego del éxito de su primera inversión decidió hacer otra.

Su vecina Nilda, hizo lo mismo y una amiga de esta, Leticia Fornisano de Ayala también se sintió atraída y decidió invertir.

Yiya aumentaba desmedidamente su amistad hacia estas y sobre todo, las visitaba con mayor frecuencia.

El sábado 10 de febrero de 1979 Nilda Gamba comenzó a sentir dolores agudos en el estomago y náuseas. El medico que la atendió le pronosticó intoxicación y ella recordó (al médico) haber tomado el té con Yiya.

Yiya se ofreció a cuidarla. Por la noche, empeorando, entró en estado de coma y el domingo fallecía.

Yiya buscó al doctor Tomer, el primero que la atendió, con el fin de que firmara el certificado de defunción. El médico se negó alegando que él no había sido el último en atenderla. Ante tal inconveniente, Yiya se dirigió al medico de la cochera, quien sí aceptó el trámite a cambio de una propina. La causa de muerte según el certificado fue: paro cardíaco no traumático, fórmula que evita la autopsia.

Un mes y medio antes, durante tres días no se supo nada de Nilda. Se hizo la denuncia a la policía y cuando forzaron la puerta encontraron a Nilda tirada en el piso, víctima de un coma diabético. Aquella vez fue Yiya la persona que vio a Nilda por última vez antes de que se descompusiera. Puede que haya sido un intento de envenenamiento que no resultó, o tal vez lo del coma diabético haya sido verdad.

Días más tarde cuando debía devolver el dinero a Chicha, Yiya fue a su casa a tomar el té y a tranquilizarla. Según ella convinieron en encontrarse esa misma noche. Cuando Yiya y las otras amigas fueron a buscarla, nadie contestaba.

El 22 de febrero los vecinos del edificio denunciaron a la policía que del departamento ocupado por Chicha salía un olor penetrante y que nadie contestaba el timbre. Al forzar la puerta encontraron el cadáver sentado frente a la tv, a su lado restos de pescado, una taza con un poco de té. También en este caso el médico de la funeraria extendió el certificado de muerte: infarto de miocardio no traumático.

El 24 de marzo, Mema del Giorgio Venturini sintió náuseas y un profundo malestar. Desfalleciente, se arrastró hacia el pasillo del edificio, pero presa del vértigo perdió el equilibrio y cayó haciendo ruido, el cual escucharon los vecinos y acudieron a socorrerla. En ese momento llegaba Yiya quien preguntó a los vecinos si Mema había dicho algo antes de perder el conocimiento. De camino al hospital en la ambulancia, al fallecer la víctima le preguntó al medico si seria necesaria la autopsia.

Cuando Diana Maria Venturini, hija de Mema, intentaba poner en orden las pertenencias de su madre descubrió que faltaban unos Pagarés que habían sido extendidos como garantía de los depósitos de Yiya, ante este hecho, indagó al portero del edificio quien recordó haberle dado las llaves del departamento a Yiya, minutos después de ocurrido el incidente, con el propósito de hacer unas llamadas a los familiares (las cuales nunca se hicieron).

Ya en su domicilio y con la mente más despejada Diana comenzó a hacer conjeturas. Puesto que otras 2 personas a quienes Yiya debía dinero habían muerto en circunstancias similares a las de su madre, decidió hablar del caso con la policía. A partir de eso, el juez ordenó la exhumación de los cadáveres para realizarles las autopsias pertinentes. En el caso de Nilda y Chicha, inhumadas en tierra, esa tarea no arrojaría resultados decisivos ya que en el proceso de descomposición de los cuerpos una de las sustancias que se forman es el clorhidrato de cianuro. Esto impide establecer si la sustancia esta allí por causas naturales o por haber sido injerida en vida. En cambio, en el cadáver de Mema pudo determinarse con exactitud que en sus vísceras había restos de cianuro alcalino y así se consideró que se trataba de muerte por envenenamiento.

A los tres años de estar detenida, salió en libertad. ¿Cómo explicar la decisión de la justicia cuando nadie dudaba de su culpabilidad?

Primero: Yiya nunca había confesado, segundo, si bien todas las pruebas apuntaban en su contra, no hubo testigos directos de los crímenes, y por último, que la querella se basaba en que otra persona no podría haber sido, pero demostraba incapacidad en probar la autoría de la imputada. Yiya estuvo muy cerca de cometer el crimen perfecto que tanto admiraba.

Las mujeres habían sido asesinadas con una sustancia que, una vez muertas, era producida por el cuerpo en estado de descomposición. Sólo la agonía de Mema le había dificultado las cosas.

Después de tres años de libertad, la Cámara de Apelaciones la considera culpable, ante este fallo, Yiya planea fugarse.

La Cámara calificó que los hechos constituyen homicidio calificado por ser cometidos con veneno reiterado en tres oportunidades. También se la condenó por el delito de estafa al patrimonio de estas mujeres.

Desde el punto de vista médico, de acuerdo con el informe forense, Yiya presenta ´una personalidad polifacética en la que se destacan componentes histéricos, paranoides y perversos, y es precisamente en base al tipo de personalidad que estiman los médicos que posee peligrosidad social´.

Se considero probado en la causa que el cianuro que llevo a la muerte a Mema Venturini y a Nilda Gamba fue colocado en vasos de agua, como parte de remedios, que éstas tomaban sin dudar, en razón de la confianza que tenían con Yiya. En cuanto al caso de Chicha Ayala, el tribunal sostuvo que el cianuro tuvo dos vehículos posibles: el té o las pasas. Se sabe o supone que el cianuro estaba en los saquitos de té, ésta es una manera de que nadie sospeche de ella por que las mujeres vivían solas, eran de avanzada edad y cuando morían no hacia falta que Yiya estuviese presente.


5) Rafael "Junior"

"Hoy va a ser un gran día", dicen que Rafael le dijo al encargado de encender los calefactores de la escuela. Vaya si lo fue.

Sus compañeros del 1º B del Polimodal lo vieron llegar temprano, tranquilo y callado como siempre, a la Escuela 202 "Islas Malvinas", en pleno centro de Carmen de Patagones. Sólo lo oyeron saludar. Minutos después, a las 7.30 y sin abrir la boca, el adolescente de 15 años empezaba a vaciar una 9 milímetros en el aula llena. Primero fue el terror, y enseguida el horror: tres chicos murieron en el acto, y otros cinco sufrieron heridas, tres de ellos de gravedad.
Poco después, el espanto y el dolor fueron contagiando a los casi 30.000 habitantes de esta ciudad del sur de la provincia de Buenos Aires. La noticia de la primera, incomprensible matanza en una escuela del país despertó ayer a los argentinos. El Gobierno nacional decretó dos días de duelo, y el Ministerio de Educación convocó a "una jornada de repudio, dolor y reflexión.
Es un chico tímido, muy introvertido. Debe haberse vuelto loco", atinó apenas a decir una tía de Rafael S., hermana de su padre, un suboficial de la Prefectura Naval. El hombre estaba durmiendo —trabaja por la tarde— y la madre se había ido a la casa donde trabaja como empleada doméstica, cuando el muchacho salió rumbo a la escuela. El suboficial nunca supo que en el camperón verde que venía usando en los últimos días, su hijo se llevaba su arma reglamentaria, tres cargadores y un cuchillo de caza.
La subsecretaria de Educación bonaerense, Delia Méndez, aseguró que "no había antecedentes de inconducta" en el chico. Una encuesta de la Dirección General de Escuelas había alertado, en el 20% de los colegios bonaerenses, acerca del componente violento en las formas de relacionarse de los alumnos con la escuela y entre ellos mismos; pero en Patagones no se registró ese problema.
La semana anterior se habría proyectado en la escuela Bowling for Columbine. Una discusión con Federico Ponce —uno de los tres muertos—, el lunes siguiente, porque solía cargarlo en las clases de Educación Física, se convirtió en un intento por razonar lo inexplicable.
Se lo había visto seguir con respeto la ceremonia de izamiento de la Bandera y dirigirse al aula. Todos los chicos esperaban sentados al profesor de Derechos Humanos, Carlos Ruiz, cuando entró Rafael. Sin decir palabra sacó la pistola. "¿Qué hacés, loco?", se aterró un compañero. Rafael lo apartó. Se paró "de frente al pizarrón, primero, y luego se dio vuelta con el arma en la mano para empezar a disparar, en un ámbito en el que había 29 compañeritos", relató la jueza de Menores de Bahía Blanca Alicia Ramallo, a cargo del caso.
"Iba por el pasillo hacia el aula cuando sentí lo que creí era un petardo." Al oír más estampidos y darse cuenta de que eran disparos, Ruiz salió corriendo de la escuela y fue en su auto hasta la comisaría 4ª, que está a siete cuadras, porque el teléfono de la escuela no funciona. Llegó de contramano y tocando bocina, cuando ya aullaban los patrulleros, alertados por un llamado anónimo.
Los primeros tiros impactaron contra las paredes. En medio del griterío, los chicos se zambulleron bajo los bancos. Rafael empezó a gatillar contra los cuerpos. Se desplomaron cuatro chicas y tres muchachos. Desesperados, otros alcanzaron a salir al pasillo, seguidos por Rafael. Allí cayó el último, Nicolás Leonardi, sangrando en un hombro.
Había vaciado el primer cargador, con 13 balas. Sin pronunciar palabra, como en estado de shock, puso el segundo cargador en la pistola. Un chico consiguió dominarlo, lo calmó y le sacó el arma —contó la jueza—, que llevó a la Secretaría. Se quedó quieto y solo en un patio interno hasta las 7.43, cuando llegó la Policía.
No se resistió. Todavía llevaba encima un cargador completo y un cuchillo de caza. El comisario Eduardo Diego precisó a Clarín que se recogieron 13 vainas servidas —correspondientes al primer cargador—, y que el que estaba en la pistola tenía 9 balas. Aún no se determinó si el muchacho hizo 17 disparos o si colocó ese cargador con cuatro balas menos.
Federico Ponce, Sandra Núñez y Evangelina Miranda, de 15 y 16 años, murieron en el acto. Los heridos fueron trasladados al Hospital Pedro Ecay.
Por orden de la doctora Ramallo, Rafael fue trasladado a Bahía Blanca. En el camino, el patrullero se cruzó con la jueza. Según voceros policiales, en un breve diálogo el chico se habría confesado arrepentido y dicho que no sabía por qué había actuado así.
Ramallo ordenó alojarlo en la comisaría 1ª, en celda individual y con custodia personal permanente. Fue examinado por médicos legistas. Mientras la jueza se reunía en la escuela con los docentes, la Policía retiraba el pupitre de Rafael. Allí había tres frases en lápiz: "La mentira es la base de la felicidad de los hombres"; "Si alguien le encontró sentido a la vida, por favor, escríbalo acá"; y "Lo más sensato que podemos hacer los seres humanos es suicidarnos".
Junior estuvo 90 días alojado en la base de Prefectura de Ingeniero White, cerca de Bahía Blanca. Para conseguir su ubicación en el nuevo predio —ubicado en 127 y 50, a cinco kilómetros del centro de La Plata.

Saludos.
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